jueves, 21 de abril de 2011

El burro Mesianico es la materia corregida y preparada

El pensamiento convencional sostiene que lo espiritual es más grande que lo físico, lo celestial más excelso que lo material.

Sin embargo, nuestros Sabios han enseñado que Dios creó la totalidad de la existencia, incluyendo los "mundos" espirituales más excelsos, porque "El deseó una morada en el mundo inferior"[1].
Nuestra existencia física es el objetivo de todo lo que El creó, el ambiente dentro del cual ha de concretarse Su propósito en la Creación.


Dios deseó que nosotros refináramos y eleváramos la existencia material; que la realidad física, cuya condición concreta y centralismo en sí misma oscurece nuestra visión interior y deforma nuestras auténticas prioridades, sea reencaminada como una fuerza positiva en nuestras vidas; que traigamos a luz la bondad y perfección inherente en toda Su creación, incluyendo, especialmente, la "más inferior" de Sus obras, el mundo material.

La palabra hebrea para "burro" es jamor, de la palabra jómer, "materia". El burro del Mashíaj no es otra cosa que la bestia material corregida y preparada, es decir lo físico encaminado a fines superiores y más importantes.

Pero la misión de la humanidad de elevar lo material implica un proceso largo y de involucración, un esfuerzo histórico en el que cada generación construye sobre los logros de sus predecesores. Pues lo físico y lo espiritual están a mundos de distancia; de hecho, la naturaleza misma de la Creación de Dios es tal que un extenso golfo divide a ambos, convirtiéndolos en antagonistas naturales. Por naturaleza, casi por definición, la persona dedicada a procuras espirituales evade lo material, mientras que la vida material hace más burda al alma de la persona y embota su sensibilidad espiritual. Sólo cuando "Dios descendió sobre el Monte Sinaí" [2] el muro entre espíritu y materia se quebró.

La realidad Divina se reveló dentro de la realidad terrenal; la Torá fue dada al hombre, permitiéndole santificar lo mundano, expresar la verdad de Dios que hay dentro, y por medio de lo mas simple de las creaciones, que es el mundo material.

El Midrash [3] emplea una parábola para explicar la importancia del suceso:

Había una vez un rey que decretó: "La gente de Roma tiene prohibido viajar a Siria, y la de Siria tiene prohibido viajar a Roma". Asimismo, cuando Dios creó el mundo decretó: "Los cielos son de Dios, y la tierra es dada al hombre"[4]. Pero cuando El deseó dar la Torá a Israel, rescindió Su decreto original, y declaró: "Los planos más inferiores pueden ascender a los superiores, y los superiores pueden descender a los inferiores. Y Yo, Yo Mismo, comenzaré - como está escrito: ´Y Dios descendió sobre el Monte Sinaí´ y luego dice: ´Y a Moshé El dijo: Asciende a Dios´"[5].

Esto explica la diferencia en el grado en que Avraham y Moshé involucraron al "burro" material en sus respectivas misiones. Avraham, el primer judío, comenzó el proceso de elevar lo material y de concretar su potencial para expresar la bondad y perfección del Creador.

Pero Avraham vivió antes de la revelación en Sinaí, el suceso en el que Dios rescindió el decreto que había dividido el mundo entre "superior" e "inferior", entre materia y espíritu. En su época, la orden original instituida en la creación todavía seguía vigente: lo físico y lo espiritual eran dos mundos incompatibles y separados.

Lo máximo que Avraham podía hacer era preparar lo físico para servir a lo espiritual, usar al "burro" para cargar los "accesorios" de su servicio Divino.

Lo físico permaneció tan burdo como siempre y no podía ser involucrado directamente en su vida espiritual; no obstante, Avraham dio el primer paso en arrebatar a lo material de su inherente absorción en sí mismo al utilizarlo, si bien periféricamente, para ayudar en su servicio a Dios.

Moshé, por otra parte, se embarcaba en la misión que habría de culminar en el recibimiento de la Torá, el medio con el que Dios facultó al hombre para disolver la separación entre los dominios "superiores" e "inferiores".

La Torá nos instruye y permite santificar incluso los aspectos más mundanos de nuestras vidas, integrar nuestro ser y ambiente materiales a nuestras metas espirituales. De modo que Moshé usó "el burro" para llevar a su esposa e hijos. La esposa y los hijos de uno son una extensión del propio ser; en las palabras de nuestros Sabios, "la esposa del hombre es como su propio cuerpo"[6] y "un hijo es una extremidad de su padre"[7]. Comenzando con Moshé, lo material comenzó a jugar un rol íntimo y central en el trabajo de nuestra vida.

Pero Moshé sólo marca el comienzo del efecto de la Torá sobre el mundo físico. Desde entonces, cada vez que la persona emplea un recurso material para realizar una mitzvá -por ejemplo, dinero para dar a caridad, o usar la energía que el cuerpo extrae de su alimento para abastecer su fervor en la plegaria- refina estos objetos físicos, despojándolos de su mundanalidad y egoísmo.
Con cada acto tal, el mundo físico se vuelve mucho más santo, mucho más en armonía con su esencia y función.

Cada uno de esos actos acerca el día en el que nuestro mundo se despojará final y completamente del hollejo de aspereza que es la fuente de toda ignorancia y dificultad, trayendo un nuevo amanecer de perfección y paz universal.

De modo que el Mashíaj, quien representa la máxima plenitud de la Torá, él mismo cabalga el burro de lo material. Pues él anuncia un mundo en el que lo material ya no es más el elemento "inferior" o secundario, sino un recurso refinado, una fuerza en nada menos central e importante para el bien que la creación más espiritual.


1. Midrash Tanjumá, Nasó 16
2. Exodo 19:20.
3. Midrash Tanjumá, Vaerá 15.
4. Salmos 115:16.
5. Exodo 24:19.
6. Talmud, Berajot 24a.
7. Ibíd., Eruvín 70b.


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