Estas, junto con las promesas de la Redención, nos han proporcionado las fuerzas necesarias para sobrellevar los sufrimientos y las privaciones que nos han acosado durante el largo y amargo galut (exilio).
Las promesas son:
- El Pueblo Judío durará eternamente.
- La Torá jamás será olvidada por el Pueblo Judío.
- El Shabat es un pacto eterno entre Dios e Israel.
- Eretz Israel pertenece al Pueblo Judío por toda la eternidad.
Además se hizo una promesa adicional a Shlomo ha-Melej, en el momento en que construyó el Beit ha-Mikdash: que la Presencia Divina reposaría allí por siempre, incluso tras su destrucción (Melajim I 9:3).
Nuestros Sabios de bendita memoria explicaron que este, versículo significa que el Kotel Ha-Maaraví, donde reposa la Presencia Divina, jamás sería destruido.
El cumplimiento de dichas promesas a lo largo de nuestra extensa historia, desde el momento de su declaración hasta nuestros días, constituye un claro testimonio de que El, Quien dio Su palabra, es el Amo de la historia. El decreta y El ejecuta, El promete y El cumple Sus promesas.
Su cumplimiento testimonia además que Israel es verdaderamente el Pueblo Elegido, inclusive durante el exilio y el período de Providencia encubierta (hester panim).
A continuación estudiaremos las maravillas del cumplimiento de estas garantías a lo largo de las vicisitudes de nuestra historia, comenzando con un análisis de las primeras dos promesas.
El no los rechazó para aniquilarlos por completo
D-os hizo un pacto con Su pueblo, prometiéndoles que perdurarían por siempre, y que sus enemigos jamás lograrían destruirlos por completo. Dice la Torá: Es que ni siquiera por todo eso, cuando estuviesen en tierras ajenas, los desecharé totalmente ni Me dejaré llevar por Mi ira para anular Mi pacto con ellos, por cuanto Yo soy su D-os el Eterno. (Vaikrá 26:44)
D-os reforzó esta garantía a través de Sus profetas, al comparar la eternidad del Pueblo Judío con la del sol y la de la luna. El prometió que no los despreciaría para siempre, ni los rechazaría como Su Pueblo Elegido. En las palabras del profeta: Así dice el Eterno, que da el sol por luz durante el día, y las ordenanzas de la luna, y de las estrellas por luz de noche, que agita el mar para que rujan sus olas, y cuyo Nombre es Eterno de los ejércitos: Si estas ordenanzas se apartaren de ante Mí, dice el Eterno, también cesará la simiente de Israel, que dejará de ser nación ante Mí por siempre. Así dice el Eterno: Si en lo alto el cielo pudiese ser medido, y las fundaciones de la tierra exploradas abajo, Yo arrojaré toda la simiente de Israel, por todo lo que han hecho, dice el Eterno. (Irmiahu 31:34-36)
El Rambam profundiza sobre este tema en su Carta a Yemen:
Así como resulta imposible concebir la anulación de la realidad de D-os, también es imposible que nosotros perezcamos o dejemos de existir en el mundo, tal como está dicho: "Porque Yo, el Eterno, no cambio, y vosotros, oh hijos de Jacob, no estáis consumidos" (Malaji3-6).
Esta gran promesa de existencia eterna para la nación judía constituye uno de los pilares fundamentales de la Torá y la fe judía. Y todos los profetas la repiten una y otra vez. En efecto, todas las profecías y promesas de redención final y del Final de los Días (Ajarit Ha-Iamim) son garantías fundamentales de que D-os hizo otro pacto más con el Pueblo Judío, prometiéndoles el Pueblo Judío habrá de perdurar hasta la llegada de la redención.
Esta promesa incluye además la garantía de que el Pueblo judío continuará siendo una nación aparte, que se distingue de, todas las demás naciones. Ellos habitarán por separado, es decir, que no se asimilarán entre las naciones. Esto está explicado en la profecía de Irmiahu que citamos antes, que proclama que la simiente de Israel no cesará de ser una nación separada "ante Mí por siempre".
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