jueves, 22 de octubre de 2009
Que el alma de tu hermano sea importante para ti como tu propio alma
Rabí Akivá a pesar de haber nacido en una familia de conversos y ser un analfabeto hasta la edad de cuarenta años, luego se encamino por el sendero del estudio y de la Torá y llego a ser el estudioso Talmúdico más grande de todos los tiempos, llegando a tener veinticuatro mil sabios discípulos.
Está escrito que la Tradición Oral entera que tenemos hoy, tan profunda, maciza y complicada como es, es un resultado de su memoria, erudición y visión santa.
La Torá es el secreto de vida. Preciosa más allá de las palabras, el manual de instrucción del Creador. Así que no era sorprendente que el gran Rabí Akivá se consagrara a estudiar Torá día y noche.
El Talmud (Kala Rabti) nos dice que Rabí Akivá entró una vez en el bosque para apartarse y meditar palabras de Torá, cuando de repente oyó un susurro extraño en la distancia. Parecía un animal grande acercándose. Alzó su mirada y vio algo espeluznante: lo que se parecía a un ser humano quemado, que corría como un desequilibrado, resoplando y mirando fijamente hacia adelante con un montón de madera en su hombro.
Rabí Akivá comprendió que algo verdaderamente raro estaba pasando. Le ordenó al hombre que se detuviera y le pidió, en el nombre de la sagrada Torá, que explicara quién era y qué estaba haciendo.
Al principio el hombre fue renuente; tenía prisa y no tenía tiempo, pero finalmente la santidad de Rabí Akivá prevaleció y habló.
“No soy una persona viva” gimió asustadizamente, “soy un ser humano muerto castigado por sus pecados. Mi condena es que todas las mañanas mi alma se encarna en este cuerpo quemado y debo cortar madera, hacer un fuego grande y finalmente meterme en las llamas y quemarme hasta morir”
“¿Qué hizo para merecer semejante castigo extraño y doloroso?” le preguntó Rabí Akivá.
“Entre otras cosas, yo recolectaba impuestos” contestó. “Yo favorecería a los ricos y asesinaba a los pobres”.
“¿Hay algo que puede hacerse para ayudar”? Rabí Akivá preguntó.
“Sí”, contestó. “Oí del otro lado de la cortina que separa el infierno del cielo, que si tengo un hijo y él reza el Kadish por mí, disminuirá mi castigo. Pero no se si lo tengo. Hace años, cuando morí, mi esposa estaba embarazada. Quién sabe lo que pasó. Y aunque así fuera, ¿quién iba a educar al muchacho? No tengo ningún amigo en el mundo. Por favor permítame ir”
En ese momento Rabí Akivá asumió el proyecto. Preguntó al hombre su nombre y el nombre de su esposa y dirección de su casa y entonces le permitió escaparse para ejecutar su espantosa sentencia.
Al otro día, Rabí Akivá empezó su búsqueda. Parece que no había mucha gente que el difunto dejó sin lastimar y cuando Rabí Akivá mencionaba al hombre, o el nombre de su esposa, contestaban con un montón de maldiciones antes de darle las indicaciones.
Rabí Akivá encontró la casa. De hecho, la esposa del hombre había tenido un hijo pero era peor de lo que Rabí Akivá imaginó.
El muchacho era un salvaje; gritaba, tiraba piedras y maldecía a todos los que pasaban pero Rabí Akivá le dio unos dulces y ganó su confianza. Descubrió que el niño, además de ser analfabeto, también estaba incircunciso.
Rabí Akivá lo convenció que se hiciera la circuncisión e incluso empezara a aprender el Alef Bet.
Pero después de días de esfuerzo, a pesar que Rabí Akivá era el mejor maestro del mundo, el niño no aprendió nada; tenía una cabeza dura como una piedra.
Sin embargo Rabí Akivá no se rindió, no era de esos que bajan los brazos. Utilizó el arma más potente de todas; “La Plegaria”.
Ayunó durante cuarenta días; comiendo sólo pan y agua después del ocaso, y constantemente oraba a Di-s para que Él abriera la mente del muchacho… ¡y funcionó! Una voz celestial anunció “Rabí Akivá, ve a enseñarle”
Le enseñó a leer la Torá y cómo rezar hasta que pudiera estar de pie ante la congregación y conducir la Plegaria. Y el Minyán contestó “Amen, Iehe Sheme Raba Mevoraj”
Esa noche el hombre muerto se apareció a Rabí Akivá en un sueño y dijo. “Que Di-s lo bendiga y lo fortalezca así como usted me confortó y me salvó del juicio del infierno”
Ésta es una historia verdaderamente insólita, y mucho mas cuando recordamos que Rabí Akivá era el más grande y aparentemente él “desperdició” muchas horas para salvar el alma de un asesino, que ya no estaba en este mundo.
La razón por la que lo hizo que es porque sabía la gran importancia de un alma judía. Como dijo el propio Rabí Akivá, la ordenanza de: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo contiene en si misma todas las mitsvot de la Torá” (explicaciones de Rashí Levítico 19:18).
“Que el alma de tu hermano sea importante para ti como tu propio alma”
Les aseguro que vale la pena hacer cualquier esfuerzo para rescatar un alma judía, incluso a costa de tu propio orgullo y tu prestigio.
Rab Berl Schtudiner
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